Carlos Duguech

Analista internacional

Y, sí. El empecinamiento de Galileo Galilei nos da letra. La más difundida, apetecida y acumulada arma es la nuclear, pese a los tratados que regulan con meticulosidad, sin embargo.

Y pese a los pesares y a tanto predicamento sobre su espantosa consecuencia. Esa que pudieron mostrar los EEUU en su decidida prueba de campo de hace 80 años. La que dispusieron realizar sobre dos de las cuatro ciudades, “conejillos de India”, de un Japón minuciosamente devastado: Kokura, Hiroshima, Niigata y Nagasaki. Ciudades elegidas, entonces, para no bombardearlas desde los poderosos cuatrimotores B-29 con cada raid de bombas incendiarias.

Con ello se procuraba que la “prueba de campo” con las bombas atómicas recién construidas pudiera evaluarse en cuanto a sus reales efectos sobre los objetivos. Ciudades, “civiles”, no “militares” -hace falta precisar- que decidieron elegir en agosto de 1945 en el pizarrón del comando estratégico de la II Guerra Mundial -desde Potsdam. Ciudad de la cumbre tripartita de vencedores de la IIGM, en la Alemania rendida ya desde hacía algo más de 90 días (08/05/1945).

En esa ciudad -de Alemania los tres grandes (de Gran Bretaña, EE.UU. y de la URSS) se ocupaban de repartirse el “botín” de la contienda en Europa.

Camino de los hechos

Truman, devenido entonces presidente por muerte del titular del gobierno estadounidenses Franklin D. Roosevelt el 12 de abril de 1945, consultaba con los otros pares sobre la necesidad de finalizar el remanente oriental de la guerra. Ya tenía conocimiento por comunicado en clave y secreto del éxito de la prueba de la primera explosión atómica del 16 de julio de 1945 en el desierto de Nevada (EE.UU). Se lo confió a medias a sus interlocutores de Potsdam (una “bomba muy poderosa” sin explicitar que fuera “atómica”). Finalmente decidió el camino de los hechos: envió un ultimátum al imperio japonés para una rendición incondicional so pena de ser destruido militarmente. Claro que el término “incondicional” de la intimación rozaba la intangibilidad cuasi divina que se le atribuían a Hirohito, el emperador de Japón. Una táctica elemental, sencilla, en tanto encerraba en su estructura una determinada intención de provocar (con aquello de lo “incondicional” de la rendición) el “no”.

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Esa negación necesaria para cumplir con la amenaza, como su consecuencia. Era la llave de los cerrojos para abrir los cielos a los bombardeos con el arma nueva. Para saber, finalmente -y por esos “ensayos de campo” de una de plutonio y otra de uranio- - cuánto y cómo utilizar esa potencia. Se supo siempre que Japón estaba vencido* desde semejante destrucción de su fuerza naval, principalmente, esencial en un archipiélago como era el dominio territorial japonés.

En nuestras columnas anteriores ya habíamos dado razón del propósito principalísimo de los bombardeos atómicos de hace 80 años. De los que ya no se duda: fueron necesarias las “pruebas de campo” del arma nueva. El mundo todo, a partir de entonces, toma conciencia del abismo al que la Humanidad se acerca. Pese a las penosísimas consecuencias, sirvió para que tras ocho décadas jamás fuese utilizada por ningún “país nuclear”. El síndrome del espanto, aplacador de decisiones infernales.

No es casual la utilización del término en un tratado internacional que obliga a los estados firmantes a que se empeñen en que no proliferen las armas nucleares. En rigor, tímida expresión frente al objetivo que se pretende. Tímida, porque “no proliferar” no significa devastamiento de arsenales nucleares. En buen romance, se expresa que los que ya los tienen, “los tienen” (¿De puro derecho?), y los siguen teniendo (“Países nucleares”), Y los que no, “no”. Tan simple como la diferencia entre la montaña con sus picos nevados y el abismo, oscuridades y negruras.

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El gran número de tratados sobre el arma nuclear ofrece las caras de un poliedro que abarcan construcción, difusión, ensayos, transacciones, etc. Una de sus consecuencias beneficiosas deriva de la prohibición de ensayos nucleares en cualquier parte (tierra, atmósfera, espacio). Pero el eje de todo, el semántico, referido al más difundido y “valorado” de los tratados sobre cuestiones nucleares es el vocablo “proliferación”.

Tratado imaginario

No vamos a nombrarlos pero sí imaginarlos como firmantes de un “Tratado de no proliferación de drogas”. Los países, cinco de ellos, suscriben el Tratado que, en suma, les permitiría a ellos, sólo a ellos, seguir proveyendo al narcotráfico. Los demás, abstenerse de hacerlo y comprometerse a no desarrollar ni producción ni exportación de drogas. Y obligarse, además, a que en “algún tiempo” se eliminen todas las drogas. Pero los cinco seguirían, sí, hasta tanto se consiga acordar entre todos los firmantes la eliminación total de la producción y comercio de drogas.

Ante este panorama y suponiéndonos conscientes de cómo procederían los cinco poderosos y privilegiados “países drogueros”, diremos sin siquiera perturbar alguna neurona rebelde, tan sueltos de cuerpo: no habrá “final” para el asunto drogas.

Del mismo modo, decimos, que el TNP, en vigencia desde el 05/07/1970 (¡ya 55 años”!) mantiene a los países ratificantes ligados a un tratado injusto, inequitativo, roedor de las autonomías soberanas de los estados por el vasallaje de su estructura formal, distante océanos del derecho internacional. Además con esa cuestión del “mercado” nuclear que tienta no pocas veces a los países deseosos del arma nuclear. Y lo aclaran, como una disculpa esencial: “sólo para poder ejercer la disuasión nuclear. No más que eso”.

Claro que hay países como Pakistán, Israel e India que no ratificaron el TNP. Y Corea del Norte, que se salió del tratado.

En suma: los cinco países nucleares seguirán siendo eso al igual que con sólo lo de “la no proliferación” pese al TNPN. Y los “cinco” de la droga, repetirían el esquema de los cinco “privilegiados” imaginado “Tratado de no proliferación de la droga”

Resistido por Argentina el TNP en los primeros 25 años de su vigencia, finalmente ratificado: ley “24448 del 13/01/1994. Gobierno de Carlos Menem.

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Durante el próximo año, en abril, se concretará en la sede neoyorkina de ONU la Conferencia de Examen” del TNP. A la luz –mejor, a la sombra- de las guerra en curso que involucra a uno de los cinco privilegiados países nucleares, Rusia. Un tiempo que marcará, deberá hacerlo con buriles de afilada punta, el escenario donde se debatirán los privilegios de pocos, muy pocos (sólo cinco) incumplidores países nucleares más otros (India, Pakistán, Israel y Corea del Norte) y las expectativas de los países “no nucleares”. Será ocasión, debería serlo, para desmantelar los privilegios ahondando en normas sabias, realizables y, por ello, ajustadas a derecho.

22.01.2021. Fecha histórica

¡Qué número ese cinco! El que define a los dueños de los arsenales nucleares. La “No proliferación” (para los demás). En ese enero de 2021 entre en vigor y vinculante el Tratado Internacional de Prohibición del arma Nuclear, “Los cinco” (que tienen bombas) no lo firmaron. ¡Argentina tampoco lo firmó!

El Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) en Viena tiene por director general – suena extraño, ¿No?- al argentino Rafael Mariano Grossi. Postulado como Secretario General de ONU para 2026. Sabe, y mucho, de lo nuclear. Ojalá lo consagren. Será la gran oportunidad de ONU de incursionar en el terreno nuclear bélico por la idoneidad y experiencia en la materia del probable nuevo sucesor de Antonio Gutérrez. Sin dudas, una de las más acertadas decisiones, teniendo presente la personalidad y conocimientos para un puesto de tanta trascendencia como quiere imprimirle Grossi. Le hemos visto actuar con Irán luego de la estampida por el alejamiento brusco de EE.UU de la mano de Trump, del convenio de los cinco del Consejo de Seguridad más Alemania para regular con el gobierno iraní su programa nuclear exclusivamente civil.

(*) La Carta de la ONU firmada el 26/06/1945. En el preámbulo se habla de dos guerras en el siglo sucedidas. Lo de Japón, se deduce, “terminado”.